6 de enero de 2009

Una dignidad cumple 40 años, por Ariel Scher

Clarín, 16 de octubre de 2008.

Sin incluir al puño alzado y libre de Tommie Smith, la historia de los hombres siempre estará narrada de modo incompleto. Y sin mencionar al puño también libre y también alzado de John Carlos, la historia no parará de ser un largo relato injusto.

Y sin recordar la mirada conmovida y conmovedora de Peter Norman, la historia jamás dirá todo lo que hay para decir. Smith, Carlos y Norman compitieron en la carrera final de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México y la cerraron compartiendo un podio que es una rebelión contra todos los espantos, en especial el de la discriminación.

Lo hicieron el 16 de octubre de 1968, un día que hoy cumple cuarenta años, pero que es dueño del aire y del tiempo desde entonces hasta la eternidad. Smith y Carlos, estadounidenses y negros, fueron primero y tercero en una prueba velocísima. Al recibir sus medallas, levantaron sus puños, en el más emblemático de los gestos del black power contra el racismo.

Ese gesto, enmarcado en una época de sueños múltiples de cambio social y un fuerte movimiento revindicativo de la comunidad negra, brotó ante los ojos de la humanidad. Pero protestar contra los que mandan cuesta: a ambos, esa manifestación les cerró sus carreras deportivas, los llenó de críticas políticas y periodísticas, los dejó sin medallas y sin lugar en la villa olímpica, y los puso al borde del desempleo y del dolor una vez, otra vez y otra vez.

Se dirá que es un hecho difundido en mil ocasiones y es cierto. Pero, también, es un hecho en mil ocasiones omitido. El establishment deportivo primero sancionó a Smith y a Carlos bajo el argumento mentiroso de que la política y el deporte no deben mezclarse. Y luego les hizo algo peor: los negó, contó la historia sin contarlos a ellos.

A ellos y al australiano Norman, segundo en la carrera y socio de la iniciativa. Por eso el podio del black power merece contarse en las escuelas y en los campitos, en los clubes y en las veredas. Explica que el deporte vale por sí mismo, pero también vale para tratar de cambiar el mundo.

Cuarenta años más tarde, es un hermoso testimonio de dignidad al que la historia, contra cualquier intento de silencio, ubica en el lugar que corresponde.

Está en el corazón.


FOTO: Galtzagorrin Mendieta, en Flickr.com

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